Empezó a destacar en los años veinte como poeta del Ultraísmo. Aunque fue fundamentalmente periodista, cultivó todos los géneros y fue poeta lírico, novelista y autor dramático; también escribió biografías, como las de Charles Baudelaire, Enrique Gómez Carrillo, Émile Zola y Óscar Wilde.Fue, ante todo, un gran dominador del género del artículo periodístico. En 1932 ganó el premio Mariano de Cavia con uno titulado Señora: ¿Se le ha perdido a usted un niño?. Recogió ochenta entrevistas a personalidades de la actualidad española e internacional en Las palabras quedan (Conversaciones) (1957), varias veces reeditado. Uno de sus más estrechos colaboradores fue el escritor asturiano, Marino Gómez Santos. Residía en Madrid en un piso de la calle Ríos Rosas número 54, que lindaba con los del académico Camilo José Cela y del pintor Manuel Viola.En 1933 inició un largo período de nomadismo espiritual y cultural que le llevó como corresponsal a Berlín y a Roma, donde coincidió con sus amigos Rafael Sánchez Mazas y Eugenio Montes; y también a Francia, concretamente a Vilefranche, junto a una impulsiva y patriota Raquel Meller recibió la noticia de inicio de la Guerra Civil Española. Cuando todo el mundo esperaba que regresase a Madrid, se fue a Sitges, donde trasnochaba y llevaba una vida bohemia, junto a personajes como Miguel Utrillo.En 1934 se estrenó su comedia poética La luna en las manos en Madrid. Hizo dos antologías de sus poemas publicados: Aún, primera antología poética (1920-1934) y Poesía (selección poética, 1924-1944). En 1946 publicó su Antología de poetas españoles contemporáneos en lengua castellana. Ni César ni nada obtuvo el Premio Café Gijón en1951, y el mismo año aparece su Diario íntimo. Su autobiografía, Mi medio siglo se confiesa a medias, se publicó por entregas en el diario El Alcázar. Después recogió una trilogía de novelas bajo el título de A todo el mundo no le gusta el amarillo y publicó Nuevo descubrimiento del Mediterráneo, Caliente Madrid y Pequeña ciudad.
En Madrid fue uno de los asiduos al Café Gijón y luego al desaparecido Café Teide, a donde acudía cada mañana para realizar la actividad de la que acostumbraba a vivir: escribir.
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